“Parece un exotismo querer un futuro mejor”

“Estoy mal, y sé que muchos lo estamos, aunque esto no me hace más fácil levantarme por las mañanas. ¿Y qué quiero decir con ‘estoy mal’? Porque no me encuentro enferma, pero tampoco sana. De hecho, no me encuentro, y tal vez ese sea el problema”. Estas líneas podrían ser la conversación de una persona consigo misma ante lo que le ocurre, que no es ni una depresión clínica, ni un trastorno de ansiedad, ni una arritmia, ni una enfermedad neurológica. Pero son líneas del libro Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo de la psiquiatra Marta Carmona y el médico de familia Javier Padilla, ambos madrileños, que hablan de un malestar que tiene mucho que ver con la incapacidad de imaginar un futuro que sea realizable y al que hay que dar solución colectiva. Lo hablaron en Pamplona. ¿Ustedes han dicho alguna vez “estoy mal”? M.Carmona: por una parte, está bien y es humano conectar con todo el espectro negativo de emociones humanas que están ahí, y lo están por algo, pero es que además estamos en un contexto cultural y en un momento histórico en el que lo difícil es encontrar alguien que nunca haya pasado por esa fase de ‘estoy mal’. J.Padilla: además, tratar con frecuencia con emociones humanas en contextos profesionales muy determinados, como el de la consulta, hace que tengas más en superficie el identificador de ciertas sensaciones, y el malestar es una de ellas, desde luego. M.Carmona: y en relación al trabajo clínico, hay un tipo de malestar específico -se suele llamar trauma vicario- que tiene que ver con el sufrimiento generado por la población a la que atiendes: aunque no te pasa en tu día a día, lo ves, te expones a él todo el tiempo y tratas de paliarlo y de remediarlo, pero tu influencia es limitada y tiene un recorrido corto, al final hay una especie de frustración y un daño acumulado. ¿Supieron decir qué les pasaba? M.Carmona: ante ese “se me hace muy cuesta arriba el día, el curro, la vida”, la mirada puesta desde lo colectivo me ha ayudado a no tener esta sensación de indefinición de “no sé qué me pasa, no sé qué estoy haciendo mal” que va muy ligada a este malestar. Porque el propio malestar va asociado a una cierta sensación de confusión y de límites difusos, de “no sé si estoy incubando algo y estoy medio mala o si es que no puedo con la vida”. Y cuando tienes un pie puesto en la mirada colectiva, es más fácil identificar que este cabreo, que esta frustración, viene de aquí. Sin leer el libro, pensé que Malestamos quería ser un juego de palabras con el “molestamos”. ¿Estar mal molesta? J. Padilla: el libro quiere denunciar algo en primera persona del plural, “malestamos”, pero la existencia de un malestar colectivo tiene potencialmente la capacidad de molestar al statu quo, en tanto en cuanto puede ser eventualmente una cierta condición transformadora. Por otro lado, este malestar colectivo, generado por las propias dinámicas sociales y económicas, pone trabas al funcionamiento normal de la sociedad porque supone una disrupción en su capacidad de producción perpetua: el sistema necesita gente sana y funcional que siga produciendo ad infinítum, de modo que la situación de malestar y desesperanza supone una molestia en el normal funcionamiento del sistema. M.Carmona: y también porque tenemos que consumir todo el rato. Y para consumir tenemos que desear, y para desear, estar en un mínimo nivel de ‘encontrarnos algo bajos’, cuya forma de resolver tiene que ser ir de compras, planear un viaje o algo que implique un consumo. De modo que, si alguien se quiere desmarcar de eso, evidentemente molesta. ¿Ocurre que siempre se ha enseñado que el objetivo era trabajo-coche-casa y no estabilidad, que puede llevar a encontrarse bien? M.Carmona: ¿Por qué se cuentan mensajes de forma sistemática una y otra vez, pero no trascienden otros históricamente igual o más importantes? En el discurso colectivo siempre ha habido un deseo de estar mejor y demandas reivindicables para que todo el mundo lo estuviera, aunque solo se ha dado voz a esos otros mandatos. Las últimas décadas han sido más burdas en ese sentido, con el individualismo como único horizonte posible, y parte de la responsabilidad colectiva y del trabajo que hay que hacer pasa por recuperar ese afán y deseo histórico de plantear un futuro mejor y pelearlo. Parece que es un exotismo querer un futuro mejor cuando hace cien años estaba sobre la mesa que la gente lo quería y se podía desear. Precisamente por ese individualismo cuesta pensar en colectivizar el malestar... J.Padilla: por un lado, hay una línea de largo recorrido que nos arrastra dentro de esa dinámica, y por otro, el sistema económico que nos ha traído a la posición de individualismo extremo hace aguas. Un escenario ahora de cambio muy grande son las transformaciones en el sindicalismo -lo que está ocurriendo en EE UU con Amazon o Starbucks es significativo-, y, si hay una transformación importante en nuestra capacidad de colectivización en los próximos diez años, a lo mejor son las semillas de eso que va ocurriendo. Porque las sociedades diversas solo pueden avanzar en un contexto de colectivización y esa diversidad se produce en un contexto de libertad gracias a la igualdad. Dicen en el libro: “Necesitamos una definición de malestar que resulte fértil y dé lugar a un movimiento hacia su resolución”. ¿Quién tiene que crear esa definición?, ¿y ese movimiento? M.Carmona: si solo empleamos los términos de la salud mental, se nos va a quedar un terreno bastante baldío, y se trata de que debe haber muchos más puntos de vista y más formas de entenderse. Las personas somos muy diversas y necesitamos articular subjetividades muy distintas para poder contar qué nos pasa, y la única manera es que no haya términos esterilizantes, ya que son conceptos que empobrecen. Añaden que las terapias son muy válidas a nivel individual, pero que el riesgo es pensar que puedan servir para lo colectivo. ¿Qué hacemos entonces? J.Padilla: la terapia tiene utilidad para determinadas personas en determinadas circunstancias, pero ponemos el foco en que, ante una especie de sentimiento de época como el malestar, la respuesta no puede ser solo incrementar la respuesta individual: es necesario mover el marco para saber que, cuando hacemos muchas otras cosas en el ámbito de la acción social, también actuamos sobre ese malestar. Un problema de la acción política institucional es que no hay un reconocimiento de que la reforma laboral o de que desarrollar políticas de renta garantizada sea trabajar sobre la salud mental. ¿Y qué se está haciendo mal en España para ser el país donde más ansiolíticos se consumen? J.Padilla: el español es el único sistema de protección social, el único servicio público, con ansia universal, y eso hace que la respuesta a muchos malestares de la vida diaria esté en el marco clínico. Si en la crisis de 2008 hubiera habido la posibilidad de derivar hacia una solución vinculada a la dación en pago a gente con un sufrimiento psíquico por una crisis hipotecaria, igual el consumo de ansiolíticos estaría un poquito más bajo y hablaríamos de España como el país con más daciones en pago del mundo. En España no hay respuestas al malestar, casi o no universalmente válidas, que no provengan de ámbitos sanitarios. Desde esa perspectiva, lo razonable es que seamos el país del mundo con mayor consumo de ansiolíticos, sin lugar a dudas. M.Carmona: además, en los años de las políticas de austeridad el mensaje continuo explícito era que la culpa era nuestra -se dijo muy seriamente que el sistema capitalista se estaba hundiendo por culpa de quien se había comprado casas más grandes de lo que les correspondía- y que cualquier tipo de protección social era un derroche. Cuando se dice que España es el país donde más ansiolíticos se consumen, es un problema que hay que tener en cuenta. Pero solo faltaba que quien ha recurrido a ellos porque es la solución que le han dado o que quien los ha proporcionado porque era la única solución ante tantísima gente que surgía ante ella se sientan mal por hacer lo único que en ese momento podía. Citan cuatro elementos necesarios para facilitar el ideal de vivir mejor: igualitarismo, infraestructuras sociales, arraigo y supresión de la división sexual del trabajo. Aunque sean necesarias soluciones grupales, si una persona busca por sí misma encontrarse mejor, ¿no puede pensar con esto que no está en su mano? M.Carmona: en realidad lo está. Si piensas en tu entorno, si analizas tu día a día, tienes este mandato de individualismo y productividad atroz, y, como en toda hegemonía, mil espacios en tu entorno donde se está juntando gente para enmendar esta idea loquísima de que los humanos somos independientes unos de otros y que hemos crecido como champiñones: hay trabajos de cuidados en tu entorno. Se trata de identificar esos elementos, de ponerlos en valor, de apostar por ellos y fortalecerlos. Habrá quien al leer el libro le alivie al darse cuenta de que lo que ocurre ni es de su imaginación, ni de fantasmas, ni de que con una pastilla lo va a solucionar... M.Carmona: ni tampoco con una terapia de “ten herramientas para controlar tus pensamientos intrusivos”. J.Padilla: la gente incorpora elementos de bienestar común a la hora de llevar a cabo conductas individuales. La vacunación del Covid fue un ejemplo: había una parte importante de “me vacuno para proteger a la gente que no puede protegerse por sí misma”. Hay que ser muy conscientes de que, en términos generales, llevamos a cabo medidas que nos benefician a todos mucho más allá de nosotros y de forma tremendísimamente frecuente.

“Parece un exotismo querer un futuro mejor”

Ni depresión clínica, ni trastorno de ansiedad, ni arritmia, ni enfermedad neurológica. “Pero estoy mal”, se escucha cada vez con más frecuencia. De ese malestar colectivo han escrito dos profesionales en el libro ‘Malestamos’

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