Mertxe Sueskun, la artista pamplonesa de 79 años a la que el Museo de Navarra dedica su primera retrospectiva

Ella no le da mayor importancia. Mertxe Sueskun explica que hace falta apoyo para que una artista pueda mostrar su obra, más aún siendo mujer, y todavía más -esto lo matiza la escultora Txaro Fontalba, que en esta ocasión ejerce de comisaria- perteneciendo a su generación. “Hace falta que te empujen un poco para que puedas exponer en sitios donde tengas una cierta relevancia”, razona la artista pamplonesa. A sus 79 años, recibe ahora el impulso del Museo de Navarra, donde inauguró ayer su exposición antológica 'Jugando, cuento'. Había expuesto antes en muestras colectivas o más pequeñas, la última en 2021 en la Ciudadela, pero Sueskun nunca había protagonizado una gran retrospectiva como ésta, con 52 obras realizadas a lo largo de cuatro décadas. El Museo de Navarra adquirió en 2021 dos obras suyas y se sembró así la semilla de la exposición. “Desde ese momento supimos que había que dar a conocer como se merece a la autora y su obra, cuyo carácter sencillo y discreto la ha mantenido alejada de los circuitos expositivos”, señala la directora del museo, Mercedes Jover. “Mertxe Sueskun es una artista que definiría como hecha a sí misma”, añade. El título de la muestra resume bien su filosofía: 'Jugando, cuento'. “Si no me divirtiera no lo haría, lo tengo claro”, asegura ella. “Sufrir ya sufrimos por otras cosas”. Las obras contienen un sentido lúdico y poético en muchos casos, y cuentan historias, muchas inspiradas en lecturas de la autora, como 'Retornando' (1993), un gran tablón vertical de madera al que le parecen salir escamas de pez y que remite a 'La vieja sirena' de José Luis Sampedro, la historia de una sirena a la que le dan la posibilidad de ser una humana, se enamora de un hombre pero decide volver al agua; o 'Recordando a Adriano' (1996), una pequeña escultura en alabastro blanco que une dos figuras humanas y conecta con 'Memorias de Adriano', de Marguerite Yourcenar, y el dolor del emperador romano por la muerte del hombre que amaba. Otras nacen de experiencias personales. “Me contó un hombre de Malí que cuando nacía en su poblado un niño o una niña en lugar de decir niño o niña le daban un número: el niño era 3 y la niña 4, porque el 3 no se puede dividir y el 4 sí. Cuando la mujer pare, se divide”, explica. Hay varias obras en la exposición que hacen referencia a esta historia, como 'Recordando a 3 (2)', hecha con tejas y sisal en 1988, o 'Zu ta Ni. Tú y yo' (1995), que emplea 6 peines (los más rectangulares representando a los hombres y los curvos a las mujeres). Sueskun cuenta lo que ha vivido a través de sus obras. Muchas veces se da cuenta al verlas terminadas. "Los artistas, sin quererlo, estamos volcando parte de nosotros”, explica. Ella se encarga de todo, de soldar, de esculpir, de fundir, de trenzar, de hacer telares... con todo tipo de materiales, desde fibras vegetales, metales, telas, palillos de pinchos morunos que forman estructuras helicoidales, un grupo de cerillas de colores con la cabeza de fósforo chamuscada que se titula 'Estamos quemadas' (2019),la brocha de afeitar de su padre o la balanza de la tienda en la que trabajó con su madre. También elementos que surgen cuando menos lo espera, los algodones que le pide al dentista cuando se los introduce en la boca para absorber la saliva o las redecillas de la peluquería cuando se iba a teñir. Ya no lo hace, por cierto, ayer llegó al museo con su pelo cano y una ramita de olivo prendida en la blusa en solidaridad con Gaza. “Siempre, en mi vida, he tenido que adaptarme a un hueco, a un espacio, a una situación”, explica la artista. Y a sus obras les ocurre algo parecido, porque casi todas están enmarcadas en un espacio. Hay evocaciones a la casa, al vacío pero con un sentido más de refugio que el de Oteiza, o al fluir del agua, como una estaca erguida con sisal enganchado en su base que trae a la memoria a los restos de una riada. Su trayectoria comienza en los 80 en la Escuela de Arte de Deba, donde aprendió cerámica, talla en piedra y madera. Luego siguió su formación en Arteleku entre 1986 y 1993. La escultora Txaro Fontalba ha sido la comisaria de la muestra, para lo que ha realizado un trabajo de investigación y escucha atenta. La exposición no se presenta como un recorrido cronológico, sino que las obras están agrupadas en conjuntos que Fontalba ha llamado constelaciones, basadas en características comunes. Una de ellas se corresponde con las “gramáticas textiles”, donde Sueskun emplea fibras vegetales y telas para evocar recuerdos de su infancia, evocaciones de la casa, el agua o la naturaleza. Una segunda constelación se dedica a los “vocabularios geométricos”, en los que la geometría es fundamental, pero está reñida con lo figurativo. “Ella suele decir que la geometría no tiene por qué ser fría, que su geometría es caliente”, apunta Fontalba sobre unas formas que, según dijo, dialogan con lo femenino, lo maternal, con lo orgánico, lo vital. Una tercera constelación hace referencia a los “poemas materiales”. Sueskun es una recolectora incansable de materiales y objetos manufacturados, industriales y prefabricados. Son restos, fragmentos, en donde interviene lo accidental, que ella cuenta, ordena, reordena, saca del anonimato los materiales de la producción masiva y extrae significados, evocaciones, valores afectivos, simbólicos”, apunta Fontalba. La última constelación son los espacios de juego, como una caja de madera compartimentada que recuerda el armario de las llaves de un hotel, en el que introduciendo cartulinas curvas en cada casilla Sueskun crea el efecto óptico de unas olas. Una vez, por cierto, le dijeron que iban a copiarle este obra. “Me da igual”, contestó ella. “Yo tengo la caña, tú tienes el pez”. La consejera de Cultur, Rebeca Esnaola, destaca la fidelidad de Sueskun con su propio lenguaje artístico.“En su obra vemos cómo la geometría dialoga con lo terrenal, con lo orgánico, con lo vital, con lo material y con lo femenino, revelando su singular diferencia como escultora”, apunta.

Mertxe Sueskun, la artista pamplonesa de 79 años a la que el Museo de Navarra dedica su primera retrospectiva

'Jugando, contando', que recoge cuatro décadas de trayectoria, se puede visitar hasta el 14 de septiembre

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