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Obituarios Navarra

Pedro Bueno Martínez, devoto de Francisco de Javier

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Pedro Bueno Martínez
  • Víctor Manuel Arbeloa
Publicado el 17/12/2024 a las 07:29
Muchos medios informativos ya han dado buena cuenta de la vida y las obras de Pedro Bueno Martínez, que acaba de morir a los 92 años, en una residencia geriátrica de Pamplona. Orífice y maestro de joyeros; popular, “genio y figura”, donde los hubiera en la capital del Reino; presidente de la Cámara de Comercio, premiado varias veces; escritor frecuente de cartas variopintas, humoradas o fustigadoras, en Diario de Navarra; viajero impenitente, solo, con sus hijos o nietos; esquiador hasta entrados los ochenta; cultivador de la ópera hasta viajar a Milán o Nueva York por un estreno…
Pero mucha gente ignora que era el último infante del grupo de niños cantorcicos de la catedral de Pamplona que, desde 1206, vivían en casa del maestro de capilla, base de la futura Capilla de Música. Pedro lo recordaba de continuo y tatareaba a menudo sus solos de tiple, sobre todo en “Las Siete Palabras” de Dubois.
También ignora su devoción por San Francisco de Javier -¡nunca solo, Javier!-, que le llegó desde Japón. En sus muchos viajes al Extremo Oriente, donde llegó a tener alguna franquicia de su empresa, sus colegas japoneses le hablaban siempre del misionero jesuita. Eso le hizo leer y meditar su vida. Y le entusiasmó. Y nos contagió a un pequeño grupo de amigos y conocidos y, juntos, formamos la Asociación Yamaguchi en honor al santo. Y recorrimos los lugares donde él vivió y misionó, desde Javier a Malaca, dando noticia de todo ello: solo se nos resistieron las Molucas, por la dificultad de las comunicaciones.
Una vez era una escultura de Aizcorbe, que conseguimos colocar en una plaza de Javier o de Pamplona, en la tumba-templo del santo en la isla de Sancián (China) o regalarla al arzobispo de Goa, Raúl Gonsalvez. Otra, una vidriera fabricada en Olite, regalo del Gobierno de Navarra, para la iglesia reconstruida de San Francisco de Javier en Yamaguchi. O un donativo a un jesuita asturiano santo, servidor de un montón de leproserías en China, P. Luis Ruiz Suarez…
Pedro era nuestro “presidente vitalicio”, y nuestro animador, como buen mercader que era, sucesor de aquellos mercaderes portugueses que hicieron posibles muchas de las aventuras santas del misionero navarro. A la hora de viajar y de hacer algo de provecho para los lugares que visitamos, y hasta a la hora del almuerzo mensual de los amigos.
Su vocación cívica, desde el nivel municipal hasta el europeo y el mundial, era grande. También la política, aunque no la partidista, que aborrecía. Sufrió mucho por las derivas de los gobiernos de Zapatero y de Sánchez, contra los que arremetió con su estilo incisivo y hasta cáustico, como pudimos ver en sus numerosos escritos. Y el terror etarra tampoco pudo con él. Pero su alma comercial, siempre abierta, le impidió considerar a nadie su enemigo, y por él no quedó…
El santo de Javier, el Maestro Francisco, seguro que no le dejó de su mano.
El autor es amigo del fallecido.
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