Marta Alonso, investigadora navarra: "El virus del catarro logra que los niños con tumores cerebrales vivan más tiempo"

Marta Alonso Roldán se resta importancia. “Es un premio a todo el equipo”. Asegura mientras se abotona la bata con su nombre bordado en el bolsillo izquierdo y posa para el fotógrafo. Sus compañeros la observan sonriendo. “Tenemos un gran ambiente de trabajo”, añade dirigiéndose a ellos, al tiempo que sujeta el instrumental de laboratorio que utilizan para sus investigaciones. Las mejores en todo el país, según el jurado del XIV Premio Nacional de Investigación en Cáncer Doctores Diz Pintado, que concede anualmente la Universidad de Salamanca. Y que, en esta ocasión, ha reconocido la labor de este equipo del CIMA (Centro de Investigación Médica Aplicada) de la Universidad de Navarra, que dirige Marta Alonso Roldán (Lodosa, 1974) desde 2010. El galardón, dotado con 15.000 euros, reconoce la trayectoria profesional de esta bióloga navarra que lleva un cuarto de siglo investigando sobre el cáncer y en la última década, más concretamente, sobre los tumores cerebrales pediátricos, “los que presentan peor diagnóstico en los niños”. Su investigación ha demostrado que uno de los virus más frecuentes que ocasiona catarros, gripes y grastroenteritis (el adenovirus) mejora la esperanza de vida de los menores con tumores cerebrales (en Navarra se diagnostican entre cinco y diez casos al año) y palía los efectos secundarios de los tratamientos de radioterapia porque “mejora la eficacia del sistema inmune”. “Nuestro sueño sería lograr la curación y, mientras tanto, estar cerca de los pacientes y sus familias”. Marta Alonso Roldán se quita la bata, se sienta en su despacho y explica los entresijos de la investigación con gran naturalidad. Con la misma cotidianidad con la que cuenta qué prepara de cena para sus tres hijos. Al otro lado de la ventana, una vista privilegiada de Zizur y la sierra del Perdón, en una mañana gélida de principios de enero. Y en la mesa, una mujer científica, que controla el tiempo en su móvil. “En una hora tengo que acompañar a mi hija a una consulta médica”. Licenciada en Biología por la Universidad de Navarra y doctora por la UPNA, la investigadora trabajó en el MD Anderson Cancer Center de Houston (Texas, Estados Unidos), antes de regresar a Navarra en 2010 y dirigir el laboratorio de Terapias avanzadas de tumores pediátricos del CIMA. Madre de tres hijos, un chico de 17 y dos chicas de 15 y 12, aborda en las líneas que siguen cuestiones de actualidad como las dificultades de la investigación en España o el papel de la mujer en la ciencia. Enhorabuena por el premio. Muchas gracias. Estamos muy contentos porque se reconoce todo el trabajo en equipo que hay detrás. Somos dos patas: el CIMA y la CUN (Clínica Universidad de Navarra), con los doctores Ana Patiño (genetista) y Jaime Gállego (neurólogo). Entre todos intentamos mejorar la esperanza de vida de los niños con tumores cerebrales. Hemos impulsado un ensayo clínico en el que han participado doce menores de diferentes lugares y hemos obtenido datos muy buenos. Si la esperanza de vida habitual es de doce meses tras el diagnóstico, logramos alargarla a dieciocho; y en dos pacientes, hasta cinco años. Para una familia, ¡eso es muchísimo! ¿Por qué decidió centrarse en la investigación de este tipo de tumores cerebrales? Porque son los más frecuentes en menores, por delante de la leucemia. El 80% de nuestra investigación se centra en ellos (sobre todo, el medulobastoma y el difuso de línea de media) y el 20% restante, en los osteosarcomas (tumores en los huesos). ¿Por qué aparecen? No se sabe. Algunos tumores cerebrales son de origen genético pero otros surgen de manera espontánea, en unos años en los que los niños se están desarrollando (los picos se sitúan entre los 7/8 años y los 18). Lo que ocurre es que el ‘programa’ del desarrollo ‘hace un error terrible’, se equivoca... Y surge el tumor. ¿Cómo se tratan? La terapia estándar es la cirugía y después, la radioterapia. Pero no son curativas. Y ustedes, ¿qué proponen? Analizar y modificar en el laboratorio un virus muy frecuente que provoca catarros, gripes, gastroenteritis... Se comprobó que este adenovirus mejora el sistema inmune y es eficaz contra el tumor porque lo ataca. Habíamos comprobado que personas con un linfoma y que enfermaban de gripe mejoraban. En esa línea estamos trabajando. ¿Cuál es su próximo objetivo? ¡La curación! Sería un sueño. Pero, mientras tanto, seguimos investigando para tener siempre algo que ofrecer a las familias. Porque, de momento, no hay nada. Habría que destinar mucho más dinero a investigar. Es cuestión de voluntad. ¿Por qué se investiga tan poco? ¿Se considera que es una enfermedad minoritaria? ¡Pero no lo es! Porque, además de al menor, afecta a toda la familia. Madres o padres que tienen que dejar de trabajar para cuidar de sus hijos, abuelos que deben ocuparse de otros menores... La repercusión económica es muy importante. Lo que hace singular nuestra investigación es que llegamos al paciente. No es algo solamente teórico sino que tiene una proyección clínica. Y eso es lo que ha valorado el premio. Insiste en que su objetivo es llegar al paciente. ¿En qué se traduce? En mejorar no solo su esperanza de vida (que también) sino la calidad. Porque la radioterapia suele provocar efectos secundarios, como un déficit cognitivo o déficit hormonales. Muchos de estos menores suelen presentar después descompensaciones, epilepsia... Nuestro objetivo no es solo curar sino curar mejor. Durante todo este proceso, ¿conocen a las familias de los menores? A muchas. Porque están muy perdidas, no saben dónde acudir y buscan orientación. Existen muchas fundaciones y asociaciones, impulsadas por familias, que nos donan dinero para seguir investigando. Es algo que merece mucho respeto. Porque es un dinero que se han ganado a pulso, con carreras solidarias, mercadillos... Tenemos mucha responsabilidad. Por ejemplo, mira este libro (dice señalando un ejemplar en la mesa). ‘Martín no puede solo’ lo escribió Isabel Muelas, la madre de este niño de Murcia, que falleció por un tumor cerebral (es un diario escrito durante la enfermedad y el importe de la venta de ejemplares se destina a la fundación familiar Martín Álvarez Muelas). MUJERES CIENTÍFICAS Usted dirige un laboratorio de investigación. ¿Cada vez hay más mujeres que destacan en la ciencia? Es verdad que se está fomentando que las chicas estudian carreras de Ciencias y Tecnología y que cada vez son más las mujeres que trabajan en laboratorios. ¿Pero cuántas hay en puestos directivos o de responsabilidad? Como en la mayoría de los ámbitos profesionales, muy pocas. Usted lo ha conseguido... Es cierto que he podido y puedo conciliar. ¿Pero a qué precio? Al de descuidarme a mí, a mis amigos, a mi ocio... Cuando me voy de viaje, dejo preparada la comida a mis hijos y trabajo todos los fines de semana antes de que ellos se levanten. Al final, la investigación no es solo un trabajo sino una forma de vida. En su pueblo estarán orgullosos... Sí y me hace mucha ilusión, aunque también me da un poco de apuro. Me propusieron lanzar el txupinazo y tenemos un grupo de quintos en el que siempre me felicitan. Resulta muy bonito que te reconozcan. Además, yo soy muy de la tierra. Muy navarra y de Osasuna. Por cierto, la novia del defensa Jorge Herrando está aquí haciendo las tesis doctoral. Así que estamos muy puestos (se ríe). "HE SIDO DEPORTISTA Y OPOSITÉ PARA BOMBERO" Marta Alonso no para de sonreír mientras habla. Lo hace cuando desgrana su proyecto de investigación, “una forma de vida” que va más allá de las horas que pasa en el laboratorio. Y también cuando recuerda su infancia y adolescencia en Lodosa. Unos años en los que compaginó el estudio con el deporte. “Era buena estudiante y todo me interesaba. Las ciencias, el universo... Y comencé a remar en el río Ebro. En mi pueblo es muy ancho y teníamos un club de remo”. Una actividad a la que se sumaron también el atletismo, la escalada y hasta entrenamientos a fondo para preparar la oposición de bombero del Gobierno de Navarra. “Pero no lo hice bien y suspendí. Me hubiera gustado ser bombero en unos años en los que apenas había mujeres en la profesión”. El remo y el atletismo los siguió practicando en Pamplona y Santurce (Vizcaya) durante una estancia investigadora. Y aunque ahora ya no entrena, sigue vinculada al deporte a través de sus hijos: el fútbol del mayor y la gimnasia rítmica de las chicas. “He sacrificado mi tiempo libre por el trabajo y por atender a mis hijos. Es lo que me hace feliz”. Marta Alonso recuerda en las líneas que siguen su trayectoria vital y revela sus sueños de futuro: la curación de los tumores cerebrales infantiles, gracias a la investigación. ¿Siempre supo que quería ser científica? Soy la primera de mi familia y no tenía ninguna referencia. Mis abuelos eran agricultores y mi padre impulsó una empresa de maquinaria para las conserveras de la zona. Pero a mí me gustaba estudiar y me interesaba mucho todo lo relacionado con la ciencia, como el universo, y tenía mi propia colección de minerales (se ríe). Al terminar COU, inicialmente pensé en estudiar Medicina. Pero lo descarté enseguida porque en aquel momento me parecía una carrera muy larga y no quería desperdiciar seis años de mi vida. Ahora me arrepiento. No sé por qué nadie me animó a matricularme. Me hubiera gustado ser médico. Al final, me matriculé en Biología y enseguida pensé en dedicarme a la investigación. Lo que más me gusta es la parte clínica, la de estar cerca del paciente. ¿Y por qué investigar sobre el cáncer? Siempre ha sido un tema que me ha interesado porque es una enfermedad que afecta a muchas personas. En mi tesis investigué sobre las leucemias y después, en los años que pasé en Estados Unidos (en el MD Anderson Cancer Center, en Houston) sobre los tumores cerebrales del adulto. Cuando regresé a España, ya me centré en los pediátricos. Siempre me ha gustado la parte de servicio, de voluntariado sobre los enfermos de cáncer. UNA FORMA DE VIDA ¿Cómo fue su experiencia americana? Buenísima. Siempre había tenido la inquietud de vivir fuera de España y de salir de mi zona de confort. Trabajar en un centro puntero como el MD Anderson resultó muy interesante. Tuve dos jefes, los doctores españoles Juan Fueyo y Cande Gómez Manzano, que fueron unos grandes mentores. ¿Por qué decidió regresar? Llegó un momento en el que me lo planteé. Yo soy muy navarra, muy de Lodosa y quería volver aquí, a mis raíces. Regresé en 2010, con dos becas (Marie Curie y Ramón y Cajal) en plena crisis económica. Resultaron años muy duros porque se destinaba poco dinero a la investigación. Desde entonces, en el CIMA, dirijo el laboratorio de investigación de terapias avanzadas para tumores infantiles sólidos (el 80% cerebrales y el 20%, de huesos), los que tienen peor pronóstico en niños y adolescentes. ¿Cómo es su día a día? Siempre nos imaginamos a los investigadores día y noche en el laboratorio con sus experimentos... Yo no tengo horario. La investigación más que un trabajo es una forma de vida. Trabajo todos los fines de semana temprano, antes de que se levanten mis hijos, respondiendo correos, pidiendo dinero y justificando por qué lo hago, gestionando al personal... Más del 70% de mi trabajo es de gestión y burocracia, que es lo que menos me gusta. Yo querría estar todo el día en el laboratorio. Un trabajo flexible que le permite ser una madre presente... Eso lo tendrían que decir mis hijos (se ríe). Pero sí. Yo he estado en el patio del colegio con ellos, les preparo la comida y la cena, les escucho, les acompaño a sus partidos y competiciones... Esta conciliación que ha sido posible me ha hecho descuidarme a mí: no hago deporte, estoy poco tiempo con mis amigos... Pero es algo que yo he elegido voluntariamente y me hace muy feliz.

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