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Cinco años de covid (VIII)

Manuela, la niña que vino al mundo en lo peor de la pandemia: "Quería que saliera, pero sentía que mi vientre era el lugar más seguro"

En medio de la incertidumbre, el encierro y las abrumadoras cifras de fallecidos, en los momentos más complicados del confinamiento hubo también buenas noticias. La llegada al mundo de Manuela fue una de ellas

Ampliar Tania Ramos Eugenio y su hija Manuela Vidaurre Ramos, que cumplirá 5 años el  25 de abril, sostienen el álbum familiar con las primeras fotos nada más nacer la pequeña /
Tania Ramos Eugenio y su hija Manuela Vidaurre Ramos, que cumplirá 5 años el 25 de abril, sostienen el álbum familiar con las primeras fotos nada más nacer la pequeña /MONTXO A.G.
Publicado el 15/03/2025 a las 05:00
Cuando el 14 de marzo de 2020 Pedro Sánchez compareció para decretar el estado de alarma en España, Tania Ramos llevaba ya una semana confinada en su casa. Se encontraba embarazada de ocho meses y ante un embarazo de riesgo como era el suyo y con la situación de incertidumbre cada vez mayor que se estaba generando por la propagación del coronavirus su ginecóloga, guiada por la prudencia, le recomendó no salir de casa. Unas palabras que se tomó al pie de la letra. “De esos días recuerdo sentir incertidumbre y miedo por no saber cómo iba a ser mi parto. Dejé de ver la televisión porque el alarmismo que se transmitía me hacía sentirme realmente mal”, rememora Tania Ramos Eugenio, de 37 años.
Vídeo de Tania Ramos Eugenio, la mujer que dio a luz en lo peor de la pandemiaMONTXO A.G.
Oriunda de Puerto del Carmen, en Lanzarote, este fisioterapeuta con consulta propia en Estella, recaló en Ayegui hace doce años y en su piso de esta localidad vivió las últimas semanas de un embarazo que se acabó prolongando hasta la semana 42. “La niña se quedó dentro todo lo que pudo”, bromea ahora aunque, entonces, Ramos veía su vientre como el lugar más seguro para la pequeña Manuela. “Era una sensación rara, por una parte quería que saliera pero, por otro lado, viendo como se estaba poniendo la situación sentía que estando dentro de mi la protegía de todo”, cuenta.
La declaración del estado de alarma frenó la vorágine del día a día y a Tania Ramos le trajo consigo la cancelación de las últimas pruebas médicas previstas. “Ya no hubo consulta con la matrona ni tampoco me hicieron la prueba de la anestesia. Y para las clases pre parto me mandaron un pdf con la información, imagínate... Una madre primeriza como era yo, en un embarazo de riesgo y que venía de una pérdida, era todo terrible”, asegura. Su formación en fisioterapia, prosigue el relato, le ayudó a mantenerse activa en la recta final del embarazo, practicando ejercicios con la pelota, con el step, pudiendo hacerse ella masajes y paseando por la terraza.
Compartiendo la incertidumbre de este final de embarazo tan atípico no se separó de ella su marido, Ayoze Vidaurre Gutiérrez. Él era quien se encargaba de comprar el pan y hacer los recados de primera necesidad. “Cada vez que volvía de la compra recuerdo cómo se desinfectaba de arriba a abajo para evitar cualquier posible contagio, qué sensación de angustia”, recuerda. No fue hasta primeros de abril cuando Tania Ramos salió de casa para dirigirse a Pamplona, al hospital, el día que le tocaban monitores al cumplir las cuarenta semanas de embarazo. “Recuerdo la impresión que me produjo salir de casa, ver que no había prácticamente nadie y entrar en el hospital que parecía un lugar fantasma sin el ajetreo habitual al que estaba acostumbrada”, dice. El paso por los monitores fue rápido tras comprobar que la cosa “estaba muy verde y sin ningún atisbo de mover en breve”. “Nos mandaron para casa y ya me dijeron que si no me ponía de parto antes no volviera hasta el día que cumpliera la semana 42 para inducirlo, recuerda.
Tania Ramos y su marido Ayoze Vidaurre junto a sus hijos Manuela y Sergio en un parque de Ayegui /
Tania Ramos y su marido Ayoze Vidaurre junto a sus hijos Manuela y Sergio en un parque de Ayegui /MONTXO A.G.
“PERDÍ EL ÚLTIMO MES”
Con una sensación contradictoria, de seguridad por notar a la niña en el vientre pero de incertidumbre ante cuándo y cómo sería el parto, regresó la pareja a Ayegui donde Tania seguía con su rutina y los preparativos previos a la llegada de la pequeña Manuela que cada vez estaba más cerca mientras en el exterior todo seguía cerrado, la gente confinada y los estados de alarma se iban prolongando de quince días en quince días. “Perdí ese último mes de embarazo en el que imaginas hacer las últimas compras, preparar cada detalle y disfrutar de la recta final con más calma. Unas semanas antes del confinamiento habíamos dejado reservado con mucha ilusión un conjunto de primera puesta pero nos llamaron para decirnos que no podían asegurar que llegara a tiempo porque estaba todo paralizado y no nos quedó otra que cancelarlo. Lógicamente esto se queda en una anécdota y la niña salió del hospital con un pelele cómoda”, sonríe.
Llegó el 24 de abril y la pareja volvió a desplazarse al hospital sabiendo esta vez que en el viaje de vuelta a casa serían tres en el coche. Había que inducir el parto en un momento en el que en los hospitales escaseaba ya el material. De hecho, no contaban con test para hacer al marido de Tania, al que únicamente le tomaron la temperatura y le dieron las bolsas para cubrir su calzado. El proceso de dilatación lo pasó la pareja sola en una habitación. “Aquí nos quitábamos la mascarilla para poder tomar algo de aire”, apunta. Pero después hubieron de compartir espacio con otra pareja algo que veían ilógico con la que estaba cayendo. “Era una pareja muy maja, recuerdo que él era médico y nos dijo que se había hecho un test, nos tranquilizó”, asegura.
Finalmente y tras dieciocho horas de un parto en el que Tania no pudo quitarse la mascarilla, Manuela vino al mundo el 25 de abril. Todo salió bien y aunque la norma era permanecer solamente un día en el hospital, como en domingo no se daban altas, la familia permaneció un día más. “Sinceramente lo agradecí y dentro de lo malo, las restricciones nos permitieron vivir esos primeros momentos con Manuela en una intimidad total. El equipo médico, con la doctora Isabel Huarte a la cabeza, nos trató fenomenal en un momento tan difícil”, insiste y recuerda las dificultades de su marido para encontrar un lugar en el que poder comer. “Estaba todo cerrado pero consiguió encontrar un lugar donde vendían croquetas precocinadas. Se hartó de ellas”, bromea.
Ya de vuelta en Ayegui, a Manuela sí la veía su pediatra, pero a su madre no se le hizo ningún seguimiento. Comenzó entonces otro calvario con los problemas de instauración de la lactancia. “Lo pasé muy mal y era algo en lo que estaba especialmente empeñada. Mi madre falleció de cáncer y había leído que la lactancia materna contribuye a reducir el riesgo de padecer cáncer de mama y de útero”, explica. Contrató entonces una asesora de lactancia vía online y tras una cita presencial, consiguió instaurar la lactancia para su tranquilidad.
Poco a poco, la apertura de las restricciones fue permitiendo a la familia conocer a Manuela siempre en la distancia y con cuidado. Una familia que sintieron cerca pese a las restricciones. “Mi suegra nos dejaba los taper en el ascensor con comida que previamente había congelado por si acaso”, agradece. Y fue a finales de junio cuando se animó a viajar a Lanzarote para que la otra parte de la familia conociera a la niña. “Necesitaba también estar con mi gente”, subraya .
Cinco años después, a Tania le parece “casi increíble” todo lo vivido para dar a luz a Manuela. El 31 de agosto de 2023 llegó Sergio, su segundo hijo, en un parto “maravilloso” ya que solamente el hecho de respirar y empujar sin mascarilla “fue todo un lujo”. Para el recuerdo quedan ahora todas las fotos del primer álbum de Manuela que siempre pregunta por qué sus papás y toda la familia estaba con mascarilla. “Se lo intentamos contar de una forma sencilla, que había un virus peligroso y teníamos que cuidarnos”, finaliza su madre. Como el cuento que parece que fue todo lo que sucedió hace cinco años.
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