Septiembre, entre la 'ruina' y la liberación

“¿Alguien puede mandarme una foto de la hoja del material escolar que dieron en junio”, preguntó mi amiga Elena en el grupo de whatsapp de madres de la clase de mi hijo mayor. Un clásico por estas fechas. Yo le respondí rápido con la foto de marras, haciéndome la madre aplicada. “¿Y necesitas también la del curso del pequeño?”, seguí, rozando ya el colmo de la organización. Pero que nadie se llame a engaño. Dos días antes yo andaba tan loca como ella porque no encontraba los papeles del dichoso material y cuando, ¡eureka!, por fin di con ellos junto con las notas académicas en un cajón de la mesilla de noche, les saqué rápidamente una foto, que reenvié a mi marido. No fuera a ser que los extraviara de nuevo. Regla de 30 centímetros, ‘seis cuadernos DIN-A-4 de tapas duras, cuadriculados, con margen y sin perforar’, un ‘bloc de dibujo con margen’, una ‘carpeta con veinte fundas de plástico incorporadas de tamaño folio’… Formaban solo una parte del largo listado de lo que necesita mi hijo de 10 años este curso. Por no hablar de la ‘carpeta clasificadora tipo acordeón, de plástico y de no más de doce compartimentos’ o del ‘lápiz tipo masat 6000’ (¿qué narices es eso?), que precisa mi hijo mediano. ¡Madre mía! Ahí es nada. Como para todo en estos tiempos (ya sea la ‘operación pañal’, la adaptación escolar o ‘cómo introducir poco a poco los sólidos en la dieta del bebé’) hay que hacer un máster. O incluso una tesis doctoral. Parezco la abuela cebolleta pero, vais a coincidir conmigo, esto en nuestra infancia no pasaba. Mis amigas y yo llevábamos un bloc con anillas y separadores de colores para meter hojas cuadriculadas durante la EGB; y una carpeta clasificadora con folios en blanco, en BUP, COU y la universidad. Y punto. Lo que cada uno metiera en su estuche (ya fuera un lapicero corriente o el último grito en bolígrafos de diez colores con cartuchos que subían y bajaban al apretar un botón o con goma para borrar) era ya cosa suya. “¡Gracias! ¿Ya habéis comprado todo?”, continuó Elena añadiendo a sus palabras diez emoticonos de caras asustadas con las manos en la cabeza, que denotaban su agobio al no haber empezado las compras. “A mí me faltan algunas cosas”, añadió otra madre. “Yo no encuentro la pizarra ‘tipo vileda’. ¿Dónde la habéis comprado?”, siguió otra. “Tranquilas. Yo aún no he empezado”, confesé. Corrían los últimos días de agosto y el colegio estaba a la vuelta de la esquina. Pero los más de treinta grados en el mercurio me hacían coger a mis hijos, las toallas y las meriendas y correr a la piscina a pasar la tarde apenas llegaba a casa del trabajo. “A ver si mañana me pongo. Parece que dan malo…”, adelanté no muy convencida. Pero al final me decidí. Al día siguiente, cogí a los tres niños y, aún a riesgo de morir en el intento, me fui al ‘chino’ de enfrente de casa, por la cercanía y el reclamo en un cartel gigante naranja fosforito en la puerta de entrada de ‘vuelta al cole. Súper oferta. Cuadernos. 15% descuento'. ¿Qué era aquello? ¡Parecía la guerra! Había que hacerse hueco en los pasillos del material escolar. Mientras yo sujetaba a mi hijo pequeño para que no cogiera todos los juguetes, gomas de pelo o tuppers de plástico que encontraba a su paso; y el mediano introducía incansable todas las frases con un “mami, ¿me compras…?”, el mayor buscaba hacendoso sus ‘seis cuadernos DIN-A-4 de tapas duras, cuadriculados, con margen y sin perforar’. “No los encuentro. Los de tapas duras tienen anillas perforadas. Y si no, la cuadrícula es de colores, como de chica…” Total, que nos íbamos a ahorrar un 15% a cuenta de dejarnos los ojos rebuscando y teniendo que pagar todo lo que rompía el pequeño. Así que nos fuimos a una papelería ‘de las de toda la vida’ y, mientras yo le dictaba el listado que iba leyendo de mi móvil, la dependienta nos fue sacando absolutamente todo. Incluido el lápiz tipo masat, que no era no era otra cosa que un lapicero de un color fosforito para subrayar. ¡Ah! ¡Lo que se aprende! Entre uno y otro me dejé más de 100 euros en una hora. Y eso que no tenía que comprar mochilas, ni estuches, rotuladores o pinturas. Porque, aunque un poco viejas, ya tenían las del año pasado. La cuesta de enero se queda corta al lado de la septiembre. Al gasto en material, se suman los libros de texto (que aunque los manuales en Navarra sean gratis en Primaria y la ESO, hay que comprar los de Infantil y Bachillerato y los cuadernillos de ejercicios, que no entran en la gratuidad, total entre 30 y 270 euros por hijo, según el nivel), los uniformes (pantalones, polos, jerseys, batas de clase y del comedor, zapatos, calcetines…) y muchas actividades extraescolares que se pagan por adelantado a comienzo de curso. Vamos, una ruina, de una media de más de 300 euros por hijo y eso tirando por lo bajo, según la última encuesta de Consumidores de Navarra Irache. Por eso, y con los tiempos que corren, las familias y los centros cada vez idean nuevas estrategias: prestarse ropa y zapatos de los niños entre amigas, 'outlet' de uniformes en los colegios, tiendas de libros de texto de segunda mano ('Bolsabooks' abrió sus puertas en Pamplona en enero de 2013)… El otro día leí una noticia de una madre asturiana que acaba de crear una web de compra-venta de libros de texto y material escolar de segunda mano. Julia Fernández, gijonesa de 38 años, química en paro, y madre de dos niños de 5 y 8 años, vio que no existía ningún portal de este tipo y decidió idearlo(www.uniformesylibros.com). “El año pasado me gasté solo 500 euros en libros. A través de la web, la gente vende los artículos al 50% o 75% de su valor”. “¡Chicas! ¡Ya he encontrado la pizarra 'vileda'. En una papelería de las toda la vida. Te atienden súper bien. Ya os diré dónde está”, escribí pletórica en el chat en cuanto salí de la tienda, como si hubiera descubierto la pólvora. Con la ilusión de un niño con zapatos (digo, material) nuevo, mis hijos metieron las nuevas adquisiciones en sus estuches y mochilas y las dejaron debajo del escritorio de su habitación. No fuera a ser que se perdieran. Y ahí siguen. Esperando a que llegue el miércoles y vuelvan a ver la luz. Sí, sí, el miércoles. O sea, mañana. 78 días después de dar la vuelta al verano, por fin nos llega a los padres el merecido descanso. “¡Pues a mí me da pena que empiecen! Otra vez a madrugar. Pobres…”, me soltó una conocida cuando me la encontré mientras compraba esos bonitos zapatos de uniforme en un centro comercial. “¿Pena? ¿Pobres? Pobre yo…”, estuve a punto de contestarle pero preferí callarme y le sonreí escapándome hacia la caja. Que sí, que está muy bien tener unos días de descanso para todos. De cenar en la piscina o en el chiringuito playero, de no poner el despertador y vaguear por las mañanas o de comer a las cuatro de la tarde y echarse una siesta a la seis. Pero cuando las vacaciones de los padres se acaban y hay que hacer encaje de bolillos para compaginar los campamentos urbanos (o rurales), las ludotecas, las cuidadoras o los paseos con los abuelos, llega un momento en que ya no se puede más. Y no soy la única que lo piensa. La psicóloga sanitaria Marta Díaz de Rada Solano me decía el otro día para una entrevista que se publicó en este periódico el domingo que la 'vuelta al cole' supone para muchos padres ‘una liberación’. “Las vacaciones escolares suponen para muchas familias una fuente de estrés cuando ambos padres trabajan. Y cuando los niños empiezan el curso, papás e hijos vuelven a los hábitos estables que aportan seguridad”. En ese momento, añadía, es cuando los adultos pueden plantearse sus objetivos de salud, ocio o nuevas metas laborales. Así que, aunque volvamos a los madrugones y la leche derramada; a las peleas matutinas y carreras para no llegar tarde a clase (escenas que tan poco se parecen a las familias felices que salen en los anuncios de cereales), la 'vuelta al cole' hay que celebrarla. Con fotos en los grupos de whatsapp en las que aparecen madres saltando mientras sus hijos esperan con cara de póquer el autobús escolar o parejas tiradas en el sofá incrédulas por que vuelva un poco de paz y orden a sus vidas mientra se toman una copa de vino. Pero septiembre seguirá su curso y, entre la 'ruina' y la liberación, seguro que pronto cualquier amiga vuelve a preguntar en el grupo de whatsapp de madres. “¿Alguien puede mandar una foto de los ejercicios de matemáticas que tienen que hacer para mañana?” La vida, que pasa muy rápido.

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