"El esperpento"
No encuentro otra palabra mejor, en los tres significados que le da el diccionario de la Real Academia Española, atribuidos a hechos y a personas, sin olvidar el género literario creado por don Ramón María de Valle-Inclán para describir la deformación grotesca de la realidad.
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Han encontrado unos y otros una palabra-trampa, una palabra-máscara, una palabra-engañabobos: “progresista”. Así pueden ocultarse unos y justificarse otros: vergonzantes constitucionalistas, nacionalistas y separatistas desconstituyentes, confederalistas autodeterministas, populistas, comunistas, opulentos burgueses, esquinudos sindicalistas..., todos encantados de haberse conocido y de que todos los llamen gente de progreso. ¡Y tanto!
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Desjudicializar la política es politizar de la peor manera la justicia. Es suprimirla como poder independiente. Se obstruye el mandato constitucional de “juzgar y hacer ejecutar lo juzgado”, a fiscales, jueces y magistrados. La política queda expuesta a la intemperie de la arbitrariedad, de la trampa y de la fuerza.
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Me sorprende que alguien se sorprenda de lo declarado por Urkullu sobre la interpretación del Estado autonómico, que él llama malamente, como otros muchos, “territorialidad”. Lo de siempre, de otra manera no muy nueva. La misma música con una letra ligeramente distinta, o al revés. Falto de argumentos históricos, y más aún políticos y democráticos, vuelve hacia atrás en la historia y se imagina una nueva confederación: los tres Estaditos del viejo frente “Galeuzca” (1933), más el Estado español (que él llamaría a gusto Castilla), y un nombre que inventar para denominar el conjunto. La peor solución que se puede proponer, porque, además, lleva la trampa explosiva de la autodeterminación. La confederación, que es todavía peor, algo así como un caos, no existe en ningún lugar, y los siglos no han pasado en balde para esa antigualla. Además, Urkullu parece ignorante de que “este país”, incluido su País, desde hace XXI siglos se llama España (Hispania), y este Estado se llama España desde el siglo XVI.
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Todos los grupos que no asistieron al juramento de la heredera de la Corona, los mismos que no acuden a la consulta con el Jefe del Estado, son los socios del Gobierno de la Nación, a la que niegan. Contradicción flagrante, bochorno único en el mundo civilizado.
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Mientras tanto, la pedísecua presidente del Gobierno de Navarra se gloría ante el Comité Federal de su partido de haber logrado que “el nacionalismo más radical (sic) entre a participar del debate sobre el progreso de nuestra tierra”, poniéndolo como ejemplo para Cataluña. Y, por lo tanto -aunque no lo quiera ni lo diga-, se gloría de cómo Sortu- Bildu va devorando al PSN en Navarra y ganando concejos, municipios y valles navarros.
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Si tan beneficiosa le parecía al PSOE la amnistía y todo lo que acaba de pactar con sus socios, ¿porqué no lo llevó al último programa electoral? ¡Pero si ni siquiera sabían lo que votaban cuando votaron su confianza al nuevo Gobierno! Algo tan antihistórico, tan antipolítico, tan antipatriótico muchos no lo pudimos creer hasta verlo cometido. Por eso mismo nunca, como decía Felipe González, pediremos perdón a Puigdemont y a los suyos. Pero, además, si lo que hicieron no es ni rebelión, ni sedición, ni traición, ni delito, ni culpa, y sí derecho y deber, adornado de alboroto, ¿por qué no repetirlo o ser imitado por cualquiera? Quienes sí debieran pedir perdón y retirarse son lo que, como Pedro Sánchez, aprobaron el artículo 155 entonces y ahora se avergüenzan y se arrepienten de ello.
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La “foto de la infamia” entre “el prófugo de la justicia” , reclamado por ella, y “el deshollinador del PSOE” (broma del primer diario digital de España) lo dice todo: la mentira, la traición, la rendición, la degradación, y el cambio de la decencia y de la responsabilidad por el plato de lentejas de la investidura, del poder a cualquier precio. ¿El Estado por el Gobierno?
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No supo el presidente, que prometió traer preso a Puigdemont a España, no cogerse los dedos ante los suyos en un Comité Federal pastueño: ¿Se trataba de hacer “de la necesidad, virtud”, o, más bien, de actuar “en el nombre de España, en el interés de España”? ¡Una de dos! A confesión propia, se trató de hacer de la conveniencia partidista y personal irresponsable..., uno de los disparates histórico-políticos mayores en décadas. Y todo, claro, “en el marco de la Constitución”, hecha ya un cuadro, parcial y materialmente derogada, al servicio del frente anticonstitucional y desconstituyente.
Víctor Manuel Arbeloa. Escritor