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Una historia vasca militante

La historia militante, contada o escrita, consiste en cambiar de objetivo: en vez de contar lo que realmente pasó, contar lo que uno quiere o quisiera que hubiera pasado. Historia militante, al servicio y en honor de una persona, una institución, un lugar, una causa, una ideología.
De sobra son conocidos los historiadores clásicos vascos, especialmente de los siglos XVII-XX, que, siguiendo a predecesores como Lope García de Salazar o Esteban de Garibay, nos hablaron de la antigüedad sin fecha del pueblo vasco, de su continuidad lineal, de sus instituciones soberanas, de sus pactos con los reyes de Castilla, de su singularidad sin par...
Curioso pero lógico fue el empeño entre los historiadores tradicionales vascos del XIX por demostrar que los vascos ya tenían en casa una Constitución, que eran los Fueros, cuando llegó el tiempo de tener que reconocer la España constitucional desde 1812 hasta hoy mismo. Eco lejano de aquel falso pleito fue aquella frase, pronunciada en 1978 por el peneuvista Manuel Irujo, uno de los nacionalistas vascos más equilibrados: “Mi Constitución es Gora Euskadi Askatuta”.
Ni que decir tiene que tampoco Sabino Arana fue el único que hizo de la historia un recurso instrumental para sostener su patriotismo, que oponía a los “estudios históricos”, a los que consideraba solo como material para la historia universal pero no como “ofrenda a la Patria”. Y, “como en todas partes cuecen habas / y en algunas a calderadas”, cosas parecidas podríamos decir de todas las historias nacionalistas militantes que en el mundo son y en el mundo han sido. Aunque es difícil encontrar un autor tan supremacista y xenófobo como el fundador del PNV. Y en el mismo País Vasco, a pesar de la academización y profesionalización de la historiografía vasca, excelente a partir de la existencia de la Universidad del País Vasco, la historia militante vasca no se interrumpió.
Es ya un prototipo de la misma la “Historia de Euskal Herria” del prolífico historiador, y profesor de la universidad de Deusto, dirigente en su día de Herri Batasuna, José María Lorenzo Espinosa, que llega a escribir en el epílogo de su obra que su historia tiene sentido histórico si el Pueblo Vasco obtiene la independencia política como Estado. Su interés historiográfico, según el historiador Antonio Rivera, a quien sigo, es aportar argumentos históricos para desautorizar la estrategia política peneuvista y establecer la de la “Izquierda Abertzale” como la única con posibilidades, ya que la liberación nacional le parece inseparable de un proceso social revolucionario.
Para el mismo autor también hay una continuidad histórica del Pueblo Vasco a través de los siglos, representado genuinamente en el siglo XIX por los carlistas y los Arana Goiri, y en el XX por Eli Gallastegi y afines, de los que pasa lisa y llanamente a la organización ETA. Lo demás es españolismo o algo parecido.
Los historiadores nacionalistas vascos, de todas las tendencias políticas, suelen coincidir en describir un Pueblo Vasco sin origen conocido, cohesionado y feliz, que vivió libre y autónomo hasta la fatídica fecha de 1839, inicio de todas las desdichas. Hablando siempre del país como un todo compacto, ahistórico, sin reconocer dependencia ni autoridad alguna en los reinos de Asturias, Navarra y Castilla a los que pertenecieron, y llamando independencia o autonomía plena a la vida habitual de una población dispersa y diversa dentro de un Estado absoluto, desde Roma hasta el Estado constitucional de mediados del siglo XIX. A este respecto escribía Unamuno en el semanario socialista “La lucha de clases“ en 1896: “Los adultos nos engañamos respecto a la felicidad que suponemos haber disfrutado en la infancia, confundiendo la inconsciencia con el bienestar”. Y lo aplicaba a los que “fingen un pasado que no ha existido jamás, atribuyendo a pasadas épocas características que desean para esta y se esfuerzan por aportársela. Aquí mismo los que se llaman a sí mismos bizkaitarras fantasean una Vizcaya pasada que solo en su imaginación existe”.
Los derechos históricos suelen entenderse por los historiadores nacionalistas vascos, y hasta por ciertos fueristas despistados, como una especie de soberanía primigenia, cuando en verdad son los restos forales, derechos jurídicos escritos, y no una suerte de Derecho no histórico y general, que valga para todo.
Y Navarra suele palidecer, cuando no desaparecer, desde que era Reino a la actual Comunidad Foral, engullida en un sujeto ahistórico, falsamente omnipresente y omnipotente, que se llama Pueblo Vasco.
Sólo la lengua, el euskara, es un instrumento más eficaz que la historia para la tarea de la construcción nacional, según los cánones habituales del nacionalismo vasco de todos los tiempos.
Víctor Manuel Arbeloa. Escritor
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