"Todo disfraz contiene una parte de verdad. Ser otro es una manera fantástica de ser uno mismo"
Ver crecer a un hijo es una raya en el agua, pero hay dos mañanas al año que un padre intenta fijar inútilmente en la memoria: la de Reyes y la del día en que los niños van disfrazados al cole. Ayer Paloma iba de egipcia y nada más despertarse, me dijo muy seria: “Yo sé quién es Cleopatra”, yo preguntándome sobre la suerte de ser Julio César. Javier iba de Capitán América después de haber gastado los disfraces de chulapo y de torero, que ya forman parte de su ropa normal; de su identidad, le dicen ahora. Hace unos meses, se quedó mirando a la traumatóloga y ella para pasar el trago le preguntó: “¿Tú vas a ser futbolista?” y le respondió: “No. Chulapo”. Macarena, la mayor, iba de estudiante de dentro de 140 años con el pelo rosa, medio careto de hojalata y un patinete porque dice que para entonces, los estudiantes serán cyborgs y andarán en patinete acaso volador. Si no van a caballo, tendremos suerte. Entre el jolgorio de hadas madrinas, van los mayores con las miradas perdidas en las cuentas del banco, en la reunión con el jefe o en los resultados de los análisis mientras los hijos señalan por la ventana los disfraces de los demás niños en una ilusión que los padres hemos olvidado hace tanto. Este año abundan Hulk, los marineros, las brujas, las abejas y las Frozen, aunque yo me hubiera disfrazado de Fiscal General del Estado, de cuervo que te come los ojos y de fachosfera, un disfraz conceptual. Con el Peloto fuimos hace tiempo al carnaval de Cádiz y sábado y nos bebimos el dinero de los disfraces, así que llevando esa cara que tenemos de pijos que tenemos, uno nos preguntó: “Vosotros que váis, ¿de Pocholo y Borjamari?”. Al llegar al colegio, los niños se abrazan y se celebran, ululan al indio americano, disparan así con el dedo al vaquero y los superhéroes emiten ruidos que no soy capaz de descifrar pero que supongo señales de que vuelan, de que destruyen, de que pelean, acaso emitan rayos de imaginación que hacen ‘fssssss’ ‘brooom’ y ‘flasss’. Entre ellos se reconocen y se entienden en una verdad arbitraria, imaginada, loquísima que sin embargo es más cierta y natural que nunca porque todo disfraz contiene una parte de verdad. Ser otro es una manera fantástica de ser uno mismo.
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