Cristóbal Colón era de Pamplona
Más vale morirse siendo nadie. A los famosos, las generaciones posteriores les premian molestando a su cadáver por los siglos de los siglos. Los trasladan de aquí para allá, se llevan trocitos y los lucen en exposiciones para toda la familia. Por lo general, los someten a procesos de embalsamamiento más propios del taxidermista de Fitero que está naturalizando a aquel toro ‘Chirrino’ de Miura, que de un enterrador. Tiene su cosa que uno consiga reinar sobre el imperio egipcio de no sé qué dinastía para que cinco mil años después, un becario de Historia del Desarrollo Antropológico de la Teoría de Género de la Universidad de Talahasse termine observando al microscopio una sección de su pene recién cortada -ay-, con microtomo.
Se acaba de confirmar que una parte del esqueleto de Cristóbal Colón está en Sevilla y se piensa que otra yace a medias en Santo Domingo. Se contraviene mucho aquello de ‘Descanse en paz’. En un programa de TVE1, los científicos que llevan veinte años estudiándolo han desvelado que Colón era un judío de Valencia, y las multitudes no se lo han creído. La masa es cada vez más permeable a la última chaladura y, al mismo tiempo, desconfía de manera creciente de los estudios científicos, pues la mejor manera de que alguien no crea es algo es decirle que va a misa. Creen que el descubridor pudiera provenir de una familia sefardí y no parece tan descabellado ahora que la gente se manda analizar el ADN y a uno de Cintruénigo le sale que es primo de Kamala Harris.
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Cuanto más se excita la identidad de un pueblo, más propenso resulta a creer que Colón es de allí. Los catalanes lo creyeron, los mallorquines, también los gallegos, e investigadores de otros lugares que intentan arrimar el navegante a su sardina y, así, es paisano un poco de todas las partes. Si tenemos en cuenta que viajó a la quinta puñeta, tomó sus decisiones por huevos -huevos de Colón, como es sabido-, y terminó de meaplayas del Caribe, en lugar de genovés, a ver si Don Cristóbal era de Pamplona.
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