En los puentes de Paiporta ordenan la circulación unos policías forales voluntarios y por un momento, así entre dos luces a la caída de la tarde, el barranco parecía la Estafeta a las ocho menos diez.
Pasa uno por delante y tiene ganas de decirles que ya falta menos, pero se corta porque en la zona de la catástrofe de la riada del día 29 no está la cosa para coñas, mucho menos marineras.
Como mucho, uno se para a hablar con ellos como el que en invierno entra en una casa y se arrima a una chimenea, a secarse. En total se han desplegado unos cuarenta agentes a los que han acogido en los pueblos de los alrededores, ya sabes, la parte seca del mundo, y, cuando hacen los relevos, se dan una vuelta a echar una cable por la zona y se les ponen los ojos como platos.
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Porque lo primero que se cansa en el escenario del desastre siempre es la mirada. Si levantan la vista, por las paredes pueden ver unas imágenes de la Virgen de los Desamparados que cuelgan de los balcones como si las hubieran puesto a secar y unas sábanas en las que han pintado “Gracias a todos” con la letra torpe del que no está acostumbrado a hacer pancartas.
De verdad que son todos, porque en las esquinas se cruzan la foral de Pamplona, el bombero de Bilbao, un policía municipal de un pueblo de Cantabria y un Guardia Civil de El Puerto de Santa María que se está puliendo las vacaciones en la entrada de un garaje junto al motor de una bomba de achique que apesta a humo y marea con olerla como las estaciones de autobuses de cuando yo era chico.
Ese que maneja la retroexcavadora es de Castellón. Paiporta es España en tres calles. La solidaridad aguanta el tirón de las dos semanas. Hacia Chiva salieron los camiones de Lodosa y las manos que portan azadas, latas de pimientos, y aguas minerales. Llegó la Navarra taurina a echar un cable y pegar unos abrazos, y hacían real la hermandad del toro que vertebra este santo país. Una cuerda recorre mi Españita de cabo a rabo como los andariveles que tiran en las cubiertas de los barcos cuando hay tormenta y, de pronto, parecía que, en lugar del fango, por el puente del barranco había bajado aquel toro de Miguel Reta envuelto en un río de gritos, de zancadas y de fiesta.