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La Navidad en nuestra sociedad secular

La sociedad secular de nuestros días se impacienta ante la divinidad, pasa por alto la religión, sustituye la motivación moral por formas de procedimiento y de convivencia, atenta sobre todo mucho más a los derechos que a los deberes de la llamada ciudadanía.
Cansancio y presión, hacinamiento, ruido, contaminación, tráfico, pero también servicios múltiples, ocio, modas y lujos, además de conexiones comunicativas más laxas, suelen distinguir la vida urbana de la de los pueblos pequeños, pero en ambos espacios, dentro de nuestro mundo moderno o posmoderno, la cohabitación de cultura y creencias se mantiene restando importancia a los llamados valores (religiosos, espirituales, culturales o sociales), por más que todo el mundo los mencione y exalte a la hora punta de ponderar los proyectos más nobles del cotidiano vivir. Al ser tan difícil ponerse de acuerdo sobre valores concretos y sobre los fines últimos, se negocia la satisfacción más amplia sobre los considerados fines y valores sin conflicto. Las gratificaciones inmediatas y la seguridad siguen siendo más convincentes.

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La sociedad liberal pretende mantener la motivación moral independientemente de los compromisos espirituales de los ciudadanos, como si el único tipo de solidaridad humana fuera la del Estado. Cualquier otro tipo de convicciones suelen pasar por subjetivas y divisorias. El culto, que en tiempos clásicos se supeditaba al poder civil, hoy se relega a la esfera privada para que no perturbe el proyecto totalizador del bienestar económico y político de la sociedad y el lenguaje único de la técnica.
Pero la pretendida uniformidad de pensamiento, lenguaje y conducta no pueden impedir la presencia libre de las artes de las nueve musas, que son los nuevos espacios sagrados de nuestro tiempo, que satisfacen el anhelo de transcendencia de todos aquellos que no quieren conformarse con el mundo aplanado del mecanicismo y el utilitarismo. Son lo que el teólogo anglicano Rowan Williams denomina las “hablas excesivas”, que apuntan hacia una dimensión final y transcendente de las cosas y de los acontecimientos.
Las celebraciones cristianas, sobre todo la Pascua y la Navidad, que han sido durante siglos hitos de nuestro calendario secular, y que enriquecieron con su repertorio literario, musical, pictórico y costumbrista gran parte de nuestra cosmovisión de la existencia, nunca en verdad nos fueron ajenas, y hoy tampoco pueden serlo. Los mejores poetas, pintores y músicos que en el mundo han sido hicieron de la Navidad y del Triduo pascual objetivo preferente de su arte, que traspasa cualquier barrera ideológica y cultural.
Particularmente la Navidad, única pluricelebración común mundial, que une una tradición arcaica como fiesta de las cosechas, de la luz y de fin de año con el nacimiento de Jesús, Palabra e Hijo de Dios, es ocasión pintiparada para celebrar, exaltar y cultivar ese puñado de valores supremos de los que nos gloriamos en los mejores momentos de nuestra vida.
Bueno fuera que conozcamos la herencia evidente de las Saturnales romanas y aun de la fiesta anterior, pero también lo que los evangelios de la Infancia enseñan realmente por medio de los géneros literarios empleados por Mateo y Lucas: sobre la relación de Dios con el mundo; los títulos divinos de Jesús frente a los emperadores romanos divinizados; Jesús como el nuevo Moisés frente al Faraón-Herodes o contrapuesto a Juan el Bautista; el paralelismo entre José y María y los padres de Moisés; la concepción divina en la tradición judía y romana; el significado concreto y hondamente subversivo de Belén, los pastores, los magos, los cánticos angélicos, las apariciones, la luz, la alegría, la paz… Unas páginas literarias y religiosas sublimes en la mejor historia de las religiones y de las literaturas universales, oscurecidas por una torpe interpretación arrastrada, que llega hasta hoy, al pie de la letra, ignorante e infantil, que no recoge la reciente revolución de los estudios bíblicos y teológicos, y que lleva a muchos, en la madurez intelectual, al escepticismo, a la indiferencia, cuando no a la burla.
Los relatos evangélicos de la Infancia son mucho más serios; contienen el Evangelio en miniatura y son sorprendentemente paralelos a los relatos de la Semana Santa: la luz frente a las tinieblas; el amor frente a la fuerza; la vida frente a la muerte.
Y que nadie pueda decir que existe solo una Navidad comercial, mercantil y ruidosa, que a muchos harta y resulta a veces estomagante; una fiesta más en la tópica y anodina programación lúdica del invierno.
Y permitidme felicitaros a todos con tres versos de uno de mis primeros villancicos, tras felicitar a José y a María: “Felices Pascuas a todos /que, aunque la noche está fría, / hombre es Dios de todos modos”.
Víctor Manuel Arbeloa. Escritor
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