La huella de la DANA: "A muchos nos ha costado dormir al llegar de Valencia"

Al volver a casa después de ayudar en las zonas de l’Horta Sud (Valencia) más azotadas por las inundaciones, los voluntarios navarros han sentido una serie de emociones comunes que tratan de explicar en este reportaje. A algunos de ellos les ha costado pegar ojo e incluso han soñado con lodo y agua. Otros, con la calma que les caracteriza desde antes de este episodio, han conseguido sacarse con relativa rapidez de sus cabezas el escenario catastrófico que han pisado y sobre el que han tratado de poner algo de luz. Tres de los protagonistas acudieron en nombre de la fundación Caravana de Vida a los siete días de explotar por los aires la Comunidad Valenciana: Guillermo Urmeneta Gil, Rubén García Méndez y Carmelo Valencia Sola. Por otro lado, y tan solo 24 horas después del desastre, relata su experiencia y emociones Santi García Rodríguez, responsable de mantenimiento de Iberdrola en la Zona Media y Ribera. Para cerrar el círculo, Lidia Rupérez Lana, coordinadora del Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Catástrofes del Colegio Oficial de Psicología de Navarra, aporta claves sobre el acontecimiento en otra pieza publicada en la web. Si la catástrofe se produjo en Valencia la tarde del 29 de octubre, Santi García Rodríguez ya formaba parte el día 30 de una expedición de Iberdrola organizada con el objetivo de recuperar la luz de calles, edificios y domicilios. “Ese mismo día organizamos las maletas, el viaje y pasadas las dos de la tarde arrancamos”, recuerda este encargado de mantenimiento de Iberdrola en la Zona Media y Ribera. Al llegar era de noche, explica, pero fue a la mañana siguiente cuando el grupo, que iba a comenzar las labores, fue consciente de la magnitud. “Nos dimos cuenta de que eso era potente”, recuerda. “Entramos en la zona para ubicarnos y, a través de nuestro centro de control y departamento de emergencias, fuimos llevando a cabo diferentes acciones con el objetivo de recuperar el suministro eléctrico de la zona”, detalla explicando que iba acompañado por integrantes del grupo de la zona norte, compuesto en gran parte por navarros. “Lo más impactante fue ver a gente trabajando de forma voluntaria, no veíamos a nadie derrotado… nos ofrecían de todo”, explica su percepción. “La gente era proactiva. Esto empezó a motivarnos porque veíamos que hacíamos cosas útiles”, apunta este vianés que vive en Estella y que acude prácticamente a diario a las instalaciones de la empresa en el polígono de Landaben. Durante su estancia, que fueron unos diez días, García recuperó el suministro eléctrico de calles, que eran el trabajo que le habían encomendado, pero también aparecían vecinos que solicitaban su ayuda. “Gente mayor con respiración asistida con aparatos eléctricos, encamados en camas especiales, embarazadas… No nos limitábamos a recuperar la luz, también se hacía algo más por humanidad”, reconoce emocionado conforme van sucediéndose los recuerdos de una experiencia en la que desaparecía el concepto de tiempo y que supuso para él “un subidón de adrenalina”. “Lo fue porque te sentías muy útil”, dice. “Todos hemos coincidido en que el tiempo desaparecía, el tiempo de reloj… En ese vacío la actividad que tenías a tu alrededor te hacía olvidarte de la hora de comer. Estabas todo el rato motivado hasta que llegaba la última hora del día y el cansancio caía a los pies”, describe. LAS NOCHES EN EL HOTEL Si el tiempo se paraba en las calles de lodo, la noche en el hotel servía para recordar a Santi todas las escenas que había vivido a lo largo de las horas. “Era sentarte en la cama del hotel e inconscientemente todas las imágenes, emociones y sensaciones te afloraban al bajar el nivel de adrenalina”, dice. Según él, esto resultó “positivo” porque les ayudó “a soltar nudos” que les hacían “patente de la realidad”. “No somos ajenos a lo que ha pasado”, puntualiza. En ese aspecto hemos sido también muy normales entre nosotros a la hora de expresar nuestros sentimientos”, asegura refiriéndose a sus compañeros. “Terminabas la jornada, hacíamos la reunión de seguridad sobre qué se podía haber hecho mejor, qué necesitamos e iban saliendo cosas”, apunta. Además de describir esos momentos posteriores, Santi García guarda en la retina el agradecimiento recibido por parte de los vecinos de las localidades en las que estuvo presente. “Todo el mundo ha sacado lo mejor independientemente de sus condiciones físicas. Ha sido una gozada”, recuerda. “Una entrega supergenerosa, pero lo que hemos recibido de ellos… eso sí que no nos lo esperábamos”, indica el navarro. EL CONTRASTE DEL AEROPUERTO Después de unas jornadas de trabajo, él tuvo una sensación de contraste en el aeropuerto de Valencia. “Llegué a Valencia capital, no había signos de nada. No se apreciaba nada. Ese contraste de que la actividad seguía a dos kilómetros aparentemente ajena al drama que tenían al lado”, relata. “Me monté en el avión, comenzamos a volar por encima de la zona y me pedía mirar. Entonces vi el destrozo a nivel global y se me rompían las bolsas de lágrimas”, reconoce contando el camino de vuelta a casa de Estella, donde le esperaban su pareja e hijos. “He tenido suerte porque tanto mi pareja como mis hijos no me han agobiado a preguntas sino que me han dejado aflorar”, señala. “Tuvieron un detalle que fue muy bonito. Al día siguiente de llegar me encontré en la cocina un cardo y unos chipirones porque estaban deseando que les hiciera yo la comida. La cocina te distrae, te vuelves a sentir válido...”, dice emocionado informando que la empresa les ofreció asistencia psicológica a su vuelta a Navarra para el trabajador que la necesitara. “Ahora ves imágenes de zonas en las que estuve, que están algo mejor, y te sientes bien porque ves que has aportado algo”, señala analizando a las comunidades vecinales en las que estuvo y explicando que estaban muy “entrelazadas” de antes. “Por desgracia ha aflorado esa colaboración que tenían y buen rollo de una manera muy espontánea”, sentencia apuntando a la catástrofe. Rubén García Méndez fue uno de los integrantes del grupo de desplazados hasta Valencia por la asociación Caravana de Vida. Es una pieza fundamental en el proyecto, según explican otros organizadores. “Desde que volví de Valencia he estado venga a dar vueltas a las cosas que habíamos hecho, lo qué dejamos de hacer y lo qué podemos hacer todavía”, asegura este trabajador de KYB siempre sonriente. Este rato en una de las mesas de la cafetería del hotel Ibis Styles, en Noáin, lo comparte con Guillermo Urmeneta Gil, Carmelo Valencia Sola y Cristina Huarte, unos fijos en las reuniones de la fundación que busca ejecutar “microproyectos solidarios realistas”, como explican. “El mismo grupo de amigos estuvimos también en la frontera de Ucrania y he notado que nos han preguntado más por Valencia que por Ucrania”, explica sobre la reacción de la gente a su vuelta. “Es algo que va con el ser humano, cuanto más cerca esté la desgracia, más posibilidades de que me toque... más me preocupa”, reflexiona apuntando que la experiencia le ha aportado “sentirse bien”. “Cuanto más ayudo, mejor me siento”, dice. “La sensación de terminar de limpiar una casa entera de barro no la he tenido nunca. Terminabas la casa, la veías limpia y era una sensación… salías hinchado”, dice mientras toma un café. “Era una sensación de limpiar una casa y querer otra casa enseguida para volver a sentir lo mismo”, reconoce explicando que hasta hace dos semanas seguía teniendo dolores musculares en la mano desde que bajaran a ayudar una semana después del desastre. “Han sido los mejores dolores que hemos tenido todos. Es un dolor que dices: qué bien que me duela, eso es que hemos trabajado bien”, señala. Otro de los aspectos a los que García le ha dado “muchas vueltas” en su regreso a Navarra ha sido a su “estado de bienestar”. “Me considero una clase afortunada, clase media. Y esto en un periquete se te va. Pienso mucho en ellos y en cuánto van a tardar en recuperar todo”, concluye informando que pronto volverán. A Guillermo Urmeneta Gil, de Valtierra y miembro de Caravana de Vida, le vienen recuerdos de un domicilio ubicado en un bajo de Massanassa. Se acuerda del padre de la familia que permanecía sentado en una silla en mitad de todo el lodo sin decir palabra mientras observaba cómo había perdido todo. “Había una casa con tanta cantidad de mierda que nadie entraba a limpiarla, al revés, se iban”, lamenta junto a sus compañeros de la fundación, que se conocieron durante un viaje improvisado a la frontera de Ucrania. “Había calles con casas y bajeras prácticamente limpias y esa familia estaba desamparada con dos palmos de lodo”, describe. Y ahí fueron los voluntarios de Caravana de Vida. “Fue la casa que más me marcó. El hombre, que se llama Javier, estaba sentado en una silla en la mitad de la sala llena de barro. Era muy desolador, no tenía ganas de decir nada a la gente que estaba dentro de su bajera ayudando. Era muy triste”, recuerda Urmeneta la escena vivida. “Me ha pasado a mí, pero creo que también a bastante gente. El tema de que cuesta dormir después de volver”, indica este joven ribero que acudió a la zona cero junto a su hermano y un primo. “Varios días después sí que he soñado con el tema de Valencia”, apunta. “Cuando volvimos al pueblo, cada vez que nos encontrábamos con una persona diferente nos preguntaban lo mismo. Puede resultar pesado, pero es un detalle por su parte que se acuerden y se interesen por lo que hemos hecho allí”, explica. Urmeneta no se olvida de los posibles problemas psicológicos que puede causar el hecho de presenciar algo así. “Hablamos entre los del grupo para avisar que había que tratar cualquier problema psicológico que pudiera salir porque después podía tener impacto”, reconoce. “ Si hay que ir al psicólogo, se va. Es importante porque puedes pasar malos ratos. Es muy impactante”, concluye aconsejando a los nuevos voluntarios que se organicen si bajan. Carmelo Valencia fue otro de los voluntarios que una semana después de las inundaciones formó parte del convoy de ayuda humanitaria que llegó al estadio Ciutat de València, campo del Levante y punto de recogida, con el material recolectado en varios puntos de Navarra. “He tenido una sensación de enfado, cuando llegué el primer día entendí la reacción de la gente. Por la televisión no entendía esa reacción, no podía empatizar con ellos lo suficiente, pero al llegar empaticé rápido”, comenta sobre la escena de tensión vivida en Paiporta. “Esa gente, después de una semana, se merecían otra respuesta. Por la magnitud, dimensiones del territorio, dramas humanos, personales, empresariales… pero sobre todo por la estructura de un territorio”, detalla Valencia resumiendo su reflexión en un claro “se falló como país”. “Me produjo indignación porque se merecían más”, reconoce. A su vuelta a Navarra, además de tener esa sensación de enfado, Valencia asegura que se ha acordado mucho de la gente adulta. “Era gente con sensación de tristeza, de que no les quedaba energía ni ganas de empezar de nuevo”, describe. “Así como la gente joven animaba, iba para adelante, sacaba una sonrisa y ofrecía cosas, la gente mayor estaba muy afectada”, indica diciendo que la ayuda que ofrecieron ellos no ayudó a solucionar el problema, pero sí a animar. “Se sintieron mínimamente apoyados”, comenta sobre la misma familia de Massanassa a la que hace referencia Guillermo Urmeneta. Otra de las descripciones que hace Valencia sobre la catástrofe y su experiencia es que sus vivencias eran propias de una “distopía”. “Sensación de destrucción, la gente seguía viviendo… ¿y yo lo estoy viendo aquí?”, recuerda. “Había cosas entrañables, raras, malas, mercados de gente dando cosas...”, enumera. “Fue un choque”, sentencia. Carmelo Valencia volverá en enero junto a García y Urmeneta.

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