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Autocracia contra democracia

El dilema es reciente solo en la forma. Estos últimos años, hemos ido leyendo libros reveladores sobre la cosa: Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (2018), que luego nos regalaron La dictadura de la minoría (2024). La veterana y laureada periodista y escritora norteamericano-polaca Anne Applebaum, autora de El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo (2020), acaba de publicar el superventas Autocracia S. A. Los dictadores que quieren gobernar el mundo.
Hemos visto con nuestros propios ojos el disparate histórico del referéndum del Brexit (2016); el grotesco y fracasado golpe independentista en Cataluña (2017); el asalto impune al capitolio norteamericano (2021); la vuelta triunfal de Trump a la Casa Blanca (2024)…
Miguel Roca, uno de nuestros dos supérstites padres de la Constitución, publicaba en La Vanguardia, el 14 del pasado enero, un artículo sobre el paralelo de nuestro tiempo con el de 1939 (año del expansionismo nazi y del pacto Hitler-Molotov).

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Algunos preclaros comentaristas, “progresistas” o no, hablan incluso del “modelo trumpista” en España, refiriéndose ya a Santiago Abascal, ya a Pedro Sánchez (hipertrofia de liderazgo, dinámica amigo-enemigo, apelación al pueblo en lugar de a la ley, la opinión confundida con el insulto y la mentira; la trampa como método de gobierno…).
Los modos no son los mismos. Aquel hombre siniestro, “el Único”, que era el dictador de otros tiempos, que hasta hace poco dominaba el país y controlaba el ejército y la policía, ha devenido hoy en toda una complicada red de estructuras financieras y cleptocráticas (dominadas por el robo: la corrupción), entramados de servicios de seguridad y expertos tecnocráticos, que vigilan, propagan y desinforman.
Son una treintena o más de países, grandes o pequeños. Se definen como comunistas, patriotas, nacionalistas, tecnócratas o teócratas. Tienen orígenes e historias distintos, colores distintos: Rusia, Bielorrusia y varios países exsoviéticos, China, Corea del Norte, Vietnam, Myanmar, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán, muchos países africanos… No actúan como bloque, al menos habitualmente; no están unidos por una ideología, sino por conservar o aumentar su riqueza, su influencia y su poder. Se diferencian de otros países similares, pero de actuaciones más moderadas, como las monarquías absolutas del Golfo, y de las llamadas “democracias iliberales”, como Turquía, Singapur, India, Filipinas, Indonesia…, que a veces se alinean con el mundo democrático y otras veces no.
La relación que los une entre sí y hasta con los países del mundo democrático no se basa en ideales, sino en tratos dirigidos a paliar sanciones, intercambiar tecnología de vigilancia y ayudarse unos a otros a enriquecerse. Otro día hablaremos de la relación Trump-Putin, pero ya desde 1967, capitalistas alemanes y austríacos, reunidos cerca de Viena concomunistas soviéticos, iniciaron una comunidad de intereses, que llegó a tener al excanciller socialdemócrata G. Schröder como presidente del comité de accionistas de “Nord Stream A. G.”, filial de Gazprom, la mayor empresa rusa, que el año 2022, año de la invasión de Ucrania por Rusia, recompensaba al político alemán con un millón de dólares.
Es bien conocida la cooperación entre Rusia, Bielorrusia, China o Corea del Norte, o la de Venezuela con Cuba, Rusia, Irán y China, y su frente común contra los enemigos interiores de todas esas autocracias. No se ocultan, como antaño, bajo el disfraz de la democracia, ni se alteran ante las críticas occidentales. Para ellos, la democracia occidental es, como la llamaba Lenin, “estrecha, amputada, falsa, hipócrita”, paraíso para ricos y trampa para pobres. La democracia parlamentaria les sigue pareciendo “uno de los más graves síntomas de decadencia de la humanidad”, tal como había cacareado Hitler. “Ultrademocratismo”, en boca de Mao. Y creen que el Estado liberal “está destinado a perecer”, como profetizara Mussolini.
Su enemigo común y permanente es Occidente, la OTAN, la Unión Europea, los demócratas de sus propios países y las ideas liberales que los inspiran: la ley democrática; los tribunales, los jueces, la prensa independientes; los valores universales; los derechos y deberes constitucionales…
La invasión y la guerra de Rusia contra Ucrania durante tres años nos ha puesto de relieve, trágicamente, como en un ejemplo clásico, todo lo anterior. El ministro de asuntos exteriores ruso lo resumió por todo lo alto: Rusia aspiraba así a “crear un nuevo orden mundial”.
No se andan en chiquitas. Es el lema común de todas las autocracias. Con la ayuda de la tecnología y tácticas, copiadas unas de otras, por sus intereses comunes y por su decisión de no renunciar al poder, creen estar ganando la partida. ¡Solo les faltaba la ayuda imprevista de Trump!
Víctor Manuel Arbeloa. Escritor.
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